DUENDES Y LOCOS DE LAS DUNAS, IMPULSANDO A LA COMPAÑÍA NACIONAL DE TEATRO HACIA LA IDENTIDAD DOMINICANA






Por Gilda Matos 



La obra teatral Duendes y Locos de las Dunas es un espectáculo con identidad dominicana, que constituye una fortaleza en el repertorio de la Compañía Nacional de Teatro en la búsqueda de lo propio, a partir de un tema de mucha actualidad: la crisis del ser humano ante el dilema medioambiental.


En ella, su autor y director Giovanny Cruz, se aleja de la ostentosidad escénica y el discurso para mostrarnos personajes de la cotidianidad con líneas de acción reflejadas en cada palabra, en cada gesto, en cada movimiento o sonoridad.

Se trata de una faceta esencial en el manejo del drama, donde los personajes se construyen desde las entrañas de los grupos sociales que viven a orillas del mar, imaginando, tejiendo un futuro incierto en una soledad extrema. 

Todo el conflicto de la obra se origina a partir del desvío de las aguas de un río, lo que desencadena problemas y desestabiliza el sentimiento, la vida y los perfiles sicológicos de cada habitante del lugar. 

En la obra, los hechos se producen de manera verosímil, con relación lógica de causa y efecto, logrando una línea interna y subyacente en cada personaje que nos mantiene en la expectativa de lo que sucederá a cada segundo, lográndose un climax de tensión dramático que termina con una peripecia al estilo de las grandes obras de referencia en la historia del teatro.


Lo virtuoso de la pieza se encuentra en la relación entre la crisis ambiental y la psicología de cada uno de los personajes que intervienen en el espectáculo, las victimas, sufren una especie de encierro en el desamparo del cielo abierto de las dunas de Baní, matizado por el uso de simbología, signos, y cantos de religiosidad popular en un ambiente que combina la crudeza de la sequía y la pobreza extrema con lo mítico y espiritual.

Los temas medioambientales cobran notoriedad en la actualidad, ya que se conoce el impacto mundial que tendrá la falta de agua, el más preciado líquido de un futuro cercano en las vidas de los pobladores de nuestro planeta. Sin embargo, la obra no trasciende en lo conceptual a la problemática local o nacional, sin establecer conexiones ni referentes de alcance mundial. 

La escenografía realizada por el propio autor, ubica la obra en su sentido real (las dunas) y en su significado más simbólico: soledad, segmentación de espacios humanos, aridez. Por momentos da la impresión de que los personajes se muestran en un retablo donde interactúan, sufren, esperan y finalmente desnudan su alma frente al público. Las luces, realizadas por Lillyana Díaz, matizan lo agreste, lo triste, y las sombras de la noche aportando a la atmosfera las condicionantes para el desarrollo dramático. 

Otro aspecto que llama la atención en la puesta es la presencia de la llegada de “los duendes” simbolizando la protección y solidaridad hacia los habitantes del lugar, es posible que estos seres sean fruto de la imaginación y el delirio de los atormentados personajes que tratan de sobrevivir a la desesperanza. 

Los actores y actrices de la Compañía lucen armonizados en la actuación realista, la verdad se muestra en las presencias escénicas de cada personaje: Yorlla Lina Castillo, Cristela Gómez, Manuel Raposo, Nileny Dippton, Vicente Santos y Ernesto Báez forman un conjunto que fluye y dinamiza acciones en un escenario desde lo real a lo simbólico apoyado por  el movimiento coreografiado por Oreste Amador quien nutre de sentido las composiciones actorales y ritmos del conjunto.


Una vez más, se demuestra que las ventajas y desafíos planteados por montajes de autores dominicanos contribuyen a perfilar el camino de una escena con identidad que enorgullece la representación digna de una Compañía Nacional de Teatro.

















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