La Peste de estos días, entre lo inverosímil y lo cotidiano
Por Gilda Matos
Desde
la Edad Media mucho se ha hablado de La Peste y la gran catástrofe humana
que significó, una calamidad sin precedentes.
En 1947 Albert Camus escribe su novela sobre
una situación similar ambientada en el siglo XX, donde sienta los preceptos del
Existencialismo y cómo las enfermedades llevan a situaciones absurdas en las
relaciones de la sociedad.
Hoy, en la Sala de Teatro Guloya, presenciamos La Peste de estos Días en Santo Domingo, ciudad de una isla del Caribe, con una perspectiva de Ángelo Valenzuela, autor y Claudio Rivera, director,
enraizada en cotidianidad dominicana y
su carnaval.
El
texto es una especie de grotesco dominicano, encuentra aproximación con Armando Discépolo, en la mezcla de lo trágico y lo
cómico, presentando una tragicomedia familiar en medio de la vorágine
mercantilista e inhumana.
Los
teatristas dominicanos reclaman su presencia en festivales internacionales,
como un derecho legítimo, pero muchas veces las propuestas no resultan
atractivas para los programadores de los
eventos, pues adolecen del sello de identidad, en muchos casos se alejan de los
rasgos culturales de la dominicanidad.
Es
plausible que nuestros grupos y compañías interpreten obras de dramaturgos
dominicanos, este hecho acerca a nuestro teatro a la obtención de un sello propio
en el contexto internacional.
Ángelo
Valenzuela, Premio Nacional de Teatro UCE 2001, nos muestra un texto ácido, una
trama de pesadilla por la que cualquier ciudadano pobre podría pasar, una vez solicita
los servicios médicos de un hospital.
El
autor ironiza con humor negro el sentido de la existencia, que toca como una
espina al espectador. Más que buscar la risa fácil, nos invita a una
reflexión acerca de los peligros que acechan a una sociedad insegura y de
comportamiento carente de moral y ética.
La
dirección de Claudio Rivera logra una puesta en escena ágil, carnavalesca, con aires medievales y
musical, conduciendo las caracterizaciones de los personajes, en su mayoría,
por un estilo farsesco con gracia y expresividad, pero en forma esquemática, a
excepción de la pareja de protagonistas.
“Belkis”, representada por Katerine Mirabal y “Don Moisés”, por Cortés José Sánchez, consiguieron naturalidad en las actuaciones, buscando un mayor acercamiento
a la realidad cotidiana. Aunque me resultó chocante ver estos dos estilos de interpretaciones en una misma pieza teatral , la farsa y naturalista,pude intuir que se trató de un recurso del director para jugar con la realidad y la ficción o teatralidad de los personajes.
Llama
la atención la versatilidad de las actuaciones de la actriz
Viena González, quien exhibió cuatro personajes de forma diferenciada brindando
al publico su presencia escénica con donaire, elegancia y gracia, aunque en la
última caracterización tuvo el desliz de
no cambiar el vestuario para una mayor diferenciación del rol.
La
escenografía funcional y creativa de Lennin Paulino, contribuyó a dar armonía estética al
espectáculo en su conjunto, mediante la síntesis y la economía de recursos, una
visión adecuada para trabajar en la pequeña
sala que servía de escenario a la obra. Otros elementos de utilería que
aportaron a la ambientación carnavalesca son las máscaras diseñadas por el
artista Miguel Ramírez y el vestuario de Renata Cruz.
Al
final del espectáculo me quedé con la sensación de haber disfrutado una
historia que podría resultar inverosímil para cualquier ciudadano del mundo, pero
muy creíble para nosotros, por una cotidianidad que nos deja un sabor amargo, endulzado
con las imágenes aleccionadoras, festivas
y catárticas del Teatro Guloya.
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